
Bajo los reinados de Enrique VIII e Isabel I, la historia de Irlanda cambió y fue cuando se consolidó el poder inglés sobre Irlanda. La última espina para los ingleses era el Ulster, puesto fronterizo final de los jefes irlandeses, en particular de Hugh O’Neill, conde de Tyrone. La ignominiosa retirada de O’Neill en 1607, junto a otros 90 jefes, La Fuga de los Condes, dejó al Ulster sin líder y originó la aplicación de la política inglesa de colonización conocida por la Ulster Plantation, una organizada y ambiciosa expropiación de tierra que se entregó a colonos procedentes de la metrópoli, los cuales sembraron el germen de la división que aún en la actualidad vive la provincia. Los recién llegados no se casaban ni se mezclaban con la empobrecida y exaltada población nativa de Irlanda y antiguos ingleses católicos, quienes se rebelaron en 1641 protagonizando un sangriento conflicto.
Durante la Guerra Civil Inglesa, las gentes de Irlanda apoyaron a los monárquicos y, tras la ejecución de Carlos I, llegó al país Oliver Cromwell, el victorioso parlamentario protestante, dispuesto a dar una lección a sus oponentes y dejando un rastro de muerte y destrucción que todavía no se ha olvidado, sin duda un gran golpe para la historia de Irlanda.



